El hecho es que en tiempos de Darwin el pensamiento convencional evolucionaba en un escenario limitado por la brevedad del tiempo -apenas los cuatro mil años en que se había cifrado la Historia del universo a partir del relato bíblico-.
En ese escenario se movían unos arquetipos inalterables; el del hombre, la mujer, el caballo o el gato, todos ellos creados por Dios. Como ha expresado gráficamente el zoólogo y divulgador científico británico Henry Gee, la música celestial eran los arquetipos, y cualquier variación, mutación o aumento de la diversidad era puro ruido.
Treinta años antes de la publicación de El origen de las especies, Darwin ya sabía que ese escenario heredado no coincidía con la realidad observada de la evolución incesante, a partir de microorganismos, hacia una diversidad agobiante de especies movidas por la adaptación a su entorno y las mutaciones aleatorias. Los arquetipos -vino a decir Darwin- son imágenes efímeras, el ruido de la historia de la evolución; la música es la diversidad. EL VIAJE A LA FELICIDAD, Las nuevas claves científicas, Eduardo Punset, Booket, 2014, p. 25