El buen Dios envía sus fríos de acuerdo con la ropa de la gente. Cuando me envolví en mi abrigo, el frío cubrió todas las cosas. El abrigo es cómodo y caliente y está estupendamente hecho. Me sorprende que no se me llame por ahí “el hombre del abrigo”; es un mote que me iría bien, pues soy el único de la ciudad que posee un abrigo tan hermoso.
Camino con la cabeza alta, sin temor al frío. En todo caso, yo diría que es el frío el que tiene miedo de mí. Si vierais cómo se afana, cómo le gustaría calentarse con mi abrigo… Y yo, como si tal cosa, sin darme por aludido. Entonces él se hace pequeño y hasta parece que se va. El abrigo ha influido en el carácter del que lo lleva. Ya no me echo como antes la mano al bolsillo para sacar una moneda cuando veo a un pobre. Pues me da pereza levantar las tapas de los bolsillos del abrigo para sacar el portamonedas.
HUÉSPED PARA UNA NOCHE, S.J. Agnon, Ediciones Orbis, 1983, p. 59 (Premio Nobel 1966)