Contemplar es detenerse,
permanecer y saber esperar.
Parar el tiempo
en medio del tiempo,
para entrar en el Tiempo.
Detenerse a contemplar
para no sólo ver,
sino saber mirar.
Para pasar del simple oír
a un atento escuchar.
Para lanzarse a lo profundo
y no quedarse en lo superficial.
Contemplar para atender,
pues la atención es la forma
más pura de generosidad.
Atender a la realidad,
como sacramento de Dios,
para no matar lo sagrado
y dejar florecer mociones.
Aprender a contemplar.
Contemplar la bondad:
con el asombro de un niño
con la inocencia del viento,
y con la ternura de una flor.
Contemplar la belleza:
con absoluta gratuidad,
creada para ser admirada,
nunca para ser poseída,
y jamás para ser devorada.
Contemplar la verdad:
sin prisas y sin pausa,
sin ideologías que matan la paz,
sino con radical fidelidad.
Mirar para ser mirado,
tocar para ser sanado,
susurrar para escuchar su voz,
silencio para sentir su aliento,
aliento para el respirar atento:
Contemplar es estar atento,
no para querer saber más
sino para sentir y gustar.