Dogmáticamente nada hay más seguro que la posibilidad de santificación de la acción humana: “Cualquier cosa que hagan, háganla en nombre de Nuestro Señor Jesucristo”, dice San Pablo. Y la más entrañable tradición cristiana ha entendido siempre esta expresión, “en nombre de Nuestro Señor Jesucristo”, en el sentido de: en unión íntima con Nuestro Señor Jesucristo. ¿No ha sido el propio San Pablo el que tras haber invitado a “revestirse de Cristo”, forjó, además, en plenitud de sentido, y aún incluso en su letra, la serie famosa de términos en los que se expresa la convicción de que toda vida humana, en cierto modo, ha de hacerse común con la vida de Cristo? 

Las acciones de la vida de que aquí se trata ya se sabe que no deben comprender tan sólo obras de religión o de piedad (oraciones, ayunos, limosnas, etc.). Lo que la Iglesia declara santificable es la vida humana entera, considerada hasta en esas zonas suyas llamadas las más “naturales”. “Cuando coman o cuando beban…” dice San Pablo. 

Toda la Historia de la Iglesia está presente para probarlo. En conjunto, desde las directrices solemnemente proferidas por la palabra o el ejemplo de los Pontífices y Doctores, hasta los consejos dados humildemente por cada sacerdote en el secreto de la confesión, la influencia general y práctica de la Iglesia se ha ejercido siempre para la dignificación, exaltación y transfiguración en Dios del deber de estado, la búsqueda de la verdad natural, el desarrollo de la acción humana. EL MEDIO DIVINO. Ensayo de vida interior, Teilhard de Chardin, Alianza Taurus, 1998, p. 24-25

P. José Raúl Arbeláez S.J. – Equipo CIRE Ampliado

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