Todo el mundo considera que como médico mi papel está muy claro: escucho, exploro, diagnostico y extiendo recetas. Es la esencia de mi profesión. Sin embargo, tengo la impresión de que no siempre respondo a la demanda profunda de los pacientes. En efecto, me sorprende que sean tantos los que con frecuencia vienen a mi consulta, ya sea para renovar una receta o por una nueva patología que se asemeja a la anterior. Con el tiempo debería haberme acostumbrado a ver siempre las mismas caras en la sala de espera. 

El paso de los años permite que mis pacientes y yo terminemos conociéndonos e incluso formamos una especie de “trío”: el médico, el paciente y la enfermedad. Nos preguntamos cómo estamos, nos contamos nuestras preocupaciones, nos damos ánimos y quedamos para otro día. Cada uno está instalado en su rutina. Y la cosa funciona. En realidad, no funciona tan bien como parece… Porque se podría hacer mejor, y con un método sencillo. 

El cerebro y el cuerpo humano disponen, en efecto, de unas capacidades muy poderosas que prácticamente nunca se utilizan. Solo hay que activarlas para tratar con eficacia un número considerable de síntomas y enfermedades. El efecto es doble: al corregir la causa y no el efecto se disminuyen las recidivas y se construye una verdadera barrera contra las enfermedades. Albergamos en el fondo de nosotros medicamentos innatos para tratarnos, pero no los empleamos. Somos nuestra propia medicina, pero no lo sabemos. EL MEJOR MEDICAMENTO ERES TÚ, La salud está en tus manos, Frédéric Saldmann, Aguilar, 2014, p. 13-14

P. José Raúl Arbeláez S.J. – Equipo CIRE Ampliado

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