Comunitas Matutina Agosto 27 2023

HABLEMOS DEL ALMA

Hace muchos años, a partir de algunas lecturas sobre Gandhi, me preguntaba a qué podría estarse refiriendo cuando mencionaba la palabra “alma”. Por otra parte, a él mismo se le distinguió con el epíteto de “mahatma”, que quiere decir “gran alma”. Estando niño, debí escuchar muchas veces la palabra alma y, seguramente, asociada a eventos muy tristes como, por ejemplo, la muerte de mis abuelos. En uno u otro momento, alguien debió decir: “El alma de tu abuelito se fue para el cielo”. Entonces uno quedaba perplejo.

Si en aquella época uno hubiera formulado todas las preguntas que se desprenden de dicha afirmación, seguramente lo hubieran mandado callar. Porque no son preguntas fáciles: ¿Qué cosa es “el alma”? ¿Cómo ocurre el proceso de separarse del cuerpo e irse para el cielo? ¿Qué es el cielo y dónde queda? ¿El alma sube al cielo? ¿Acaso el alma no puede “bajar” al cielo? ¿Entonces el cielo es algo que queda arriba? ¿De qué tamaño y peso es el alma? ¿Cuándo está todavía en el cuerpo, dónde se encuentra localizada? No quiero decir que esas preguntas se le ocurrieran a uno de niño. Como dije, uno quedaba perplejo, es decir, con la mente en blanco. Más bien, las preguntas van llegando, conforme uno va saliendo de la infancia y comienza a entrar en la edad adulta.

Un día, siendo ya adulto, mientras me tomaba un delicioso café en compañía de un primo que es médico, se me ocurrió preguntarle en qué parte del cuerpo se localizaba el alma. Supuse que el conocimiento que tenía del cuerpo humano le permitiría responder de manera probablemente certera. De esto hace casi treinta años, pero recuerdo que, al preguntarle, mi primo casi se ahoga con el café. Después de mucho toser, comenzó a reírse a carcajadas. Al final, cuando recuperó el aliento, me respondió con un lenguaje bastante procaz, lo cual siempre acostumbraba: “No tengo la más puta idea”. La conversación acerca de tan interesante tema no pudo, por tanto, avanzar más allá, y debí contentarme en ese momento con la certeza de que la medicina, probablemente, no tenía mucho que decir acerca del alma.

Como la pregunta me siguió dando vueltas en la cabeza, continué investigando. Hace un par de años un amigo me habló de un libro titulado “El cuidado del alma”, de Thomas Moore. He leído el libro
con mucho interés. Desde la introducción aparecen algunos esbozos de lo que podría ser la definición del alma, algo que supera, sin duda, el imaginario del alma como algo que se desprende del cuerpo cuando alguien muere, afirmación que, sin embargo, podría tener matices.

En fin, comienza el autor afirmando que los males y las angustias, tanto individuales como sociales, son la consecuencia de una “pérdida de alma”. En efecto, dice, las obsesiones, las adicciones, la violencia y la pérdida de sentido son la consecuencia de una pérdida de alma. Al contrario, por pura lógica, si uno encuentra remedio para el sufrimiento y logra vivir satisfactoria y placenteramente, uno estaría “ganando alma”. Diríamos, entonces, que “alma” no es algo que simplemente se encuentra en el cuerpo de un ser humano, no importa dónde, sino la expresión, frágil o fortalecida, de toda la complejidad constitutiva del ser humano. Es el modo como se expresa la “individualidad de un ser humano”, en toda su totalidad y en toda su capacidad de ser sociable.

Así las cosas, para el autor, ganar alma o perder alma son los opuestos en el proceso de construirnos como seres humanos. El alma, cuando no se está perdiendo, tiene que ver con la imaginación, la autenticidad y la profundidad que damos a la existencia. Son muchos, variados y puntuales los aspectos que, por tanto, tienen que ver con un alma que se está ganando: comer bien, hablar de temas interesantes, tener buenos amigos, mantener vivo el recuerdo de los buenos momentos, valorar y cultivar los afectos, fortalecer y aprovechar nuestra capacidad de amar, trabajar por objetivos comunes, valorar el silencio y la soledad, por mencionar sólo algunos.

Por otra parte, parece ser que el alma se afecta cuando emprendemos una lucha desmedida por erradicar de nuestras vidas las fragilidades propias de la existencia humana. En otras palabras “ganar alma” requiere de humildad. Un ser humano auténtico sabrá valorar, e incluso sacarle partido, a las fragilidades propias de su existencia. Aceptarlas será algo que le proporcionará paz. En efecto, el ser humano no pierde dignidad al aceptar sus fragilidades; al contrario, consolida justamente, en dicho acto, su dignidad. Es esto lo que le permitiría a una persona, sugiere Thomas Moore, “encarar” la cotidianidad de la vida sin estar buscando, desesperadamente, un estado de perfección o aquello que muchos denominan “la salvación”.

¿Dónde, pues, se encuentra el alma? El autor nos da pistas para afirmar que cualquier respuesta proponiendo un lugar físico como emplazamiento del alma sería desafortunada, poco convincente.
Prefiere, en cambio, afirmar que el alma está estrechamente vinculada a la vida, a todo aquello que contiene vida en el sentido más pleno de la palabra. Podrá haber alma, por tanto, hasta en los objetos, puesto que la energía que los soporta y lo que llegan a expresar por si mismos manifiesta, de alguna manera, un tipo de “vida”.

Recuerdo, como dije, la tarde en la cual pregunté a mi primo dónde se encontraba el alma. Leyendo a Thomas Moore aprendí que el lugar donde se encuentra no es lo importante. Y aprendí también que, esa tarde, mientras mi primo y yo conversábamos y nos reíamos; mientras compartíamos el placer de un café, amenizado por las notas de una canción colombiana; mientras vibrábamos de alegría y percibíamos la fuerza de la amistad; mientras gozábamos el instante que la vida nos ofrecía, sin saberlo asistimos a una de las muchas ocasiones en las cuales “ganamos alma”, él y yo, y fortalecimos así, intuitivamente, la asombrosa capacidad que tiene todo ser humano de acoger con asombro cada segundo de esta maravillosa vida, de esta misteriosa vida.

P. Jose Raúl Arbelaez, S.J.

Con la Red Juvenil Ignaciana RJI

El pasado 16 de mayo Carolina Sánchez en representación del CIRE (Centro Ignaciano de reflexión y Espiritualidad) acompañó a 20 miembros de la Red Juvenil Ignaciana (RJI) con el taller «Discernimiento y Acompañamiento Ignaciano». Este taller forma parte del itinerario formativo mensual que RJI ofrece a todo su equipo facilitador, voluntarios, acompañantes espirituales y dinamizadores de la Casa Ignaciana de la Juventud, así como a la Misión Vocacional.

Se reflexionó en conjunto sobre el proceso que se vive en un discernimiento; sus implicaciones humanas y espirituales a la hora de acompañar a los jóvenes. También se hicieron ejercicios de interiorización sobre el silencio, la escucha y las condiciones esenciales a la hora de acompañar a otros en su encuentro auténtico e inmediato con Dios. Es un tema que a todos nos atrapó, nos enseñó y nos deja con pistas y preguntas que tendremos que seguir construyendo juntos.

Carolina Sánchez – Equipo CIRE Ampliado

Encuentro CIRE Cali

El sábado 28 de abril nos reunimos 15 personas en la Casa Pastoral de Javeriana Cali, con el Padre Luis Guillermo Saraza S.J., nuevo director del CIRE. 

Fue un espacio cálido, fraterno, donde pudimos escucharnos, compartir nuestra pasión por la espiritualidad Ignaciana y nuestro deseo de servir, estrechando nuestros lazos con el CIRE, con esta obra transversal de la Compañía de Jesús.  

En esta primera reunión también expresamos algunas de nuestras preocupaciones entorno a la misión y la formación en la región, conocer algunas actualizaciones y ajustes que se están haciendo en el CIRE, en el marco de los 50 años de su fundación.  

Al finalizar la reunión, quedamos todos muy contentos por este encuentro fraterno, agradecidos por la visita del Padre Luis Guillermo y comprometidos a continuar estrechando nuestros lazos, a constituir un “CIRE ampliado en la región del Valle” poniendo al servicio los dones y talentos que el Señor nos ha dado.  

Deisy Vargas

EL GRAN GIRO

Uno de los detalles más notorios de cualquier ejercitante que supera la Primera Semana es el cambio de modalidad de oración, de meditación a contemplación. Es un cambio, por así decirlo, abrupto pues luego de una experiencia aquilatada haciendo uso de la memoria y el entendimiento, pasamos a una oración más pasiva, gratuita, como es la contemplación.

Un motivo claro es la materia misma de oración. Los misterios de la vida de Cristo que tratamos de contemplar desde la Encarnación en adelante requiere de nosotros una actitud afectiva, que nos logre, precisamente, modelar desde dentro, no solo “convencer” nuestro entendimiento. Efectivamente, la contemplación quiere que, poniendo nuestros “sentidos internos” podamos acercarnos lo más posible a la experiencia de Dios y podamos así transformar nuestra sensibilidad, educar nuestros sentidos externos y así, nuestra manera de comprender e interactuar en el mundo.

Ahora, este giro también obedece a que ha sucedido un gran acontecimiento: el perdón. La experiencia de Dios que ha vivido el ejercitante en Primera Semana no solo ha sido la conciencia de sus pecados, del desorden de sus operaciones, del origen de su pecado, de sus heridas, de la maldad del pecado, en fin, sino sobre todo la experiencia del perdón, que es como Dios concreta su misericordia en nosotros, como ejercitantes.  Luego de mucho meditar y ponernos frágiles ante Cristo crucificado (Ej 53), nos encontramos necesitados de Él radicalmente: no podemos salvarnos a nosotros mismos de nuestro propio egoísmo. Así las cosas, esperamos una acción radical del Señor y es su perdón, el que nos libera de la culpa, sana las heridas y al mismo tiempo comienza a ordenar nuestros afectos.

Cuando una persona recibe el perdón en los Ejercicios, está recibiendo el acontecimiento más intenso que puede vivir en los Ejercicios. No exagero, estamos ante un “antes” y un después”: el perdón, que es Dios mismo dándose de una manera total, capaz de desatar todo egoísmo, nos vuelca completamente hacia afuera. Por eso la pregunta ante el Cristo crucificado no se detiene sobre el pasado ni sobre el presente, sino sobre el futuro, porque el perdón en los Ejercicios nos proyecta más allá de nuestra propia cerrazón: ¿qué he de hacer por Cristo?

Por ese motivo la meditación que inaugura la Segunda Semana, luego del contraste entre el rey temporal y el Eternal, trata de recoger esta pregunta provocándonos una evaluación sobre nuestro deseo de entrega a Él: ¿entregarás solo tu trabajo o tu oblación alcanza a implicarte por completo? Este deseo es el deseo articulador del resto de los Ejercicios, las contemplaciones están en función de afectarnos profundamente para que esa respuesta esté enraizada en lo más profundo, de tal manera que nuestra entrega sea la que Dios nos pide (elección).

Por este motivo la meditación, salvo lo que después llamaron “Ruta Ignaciana” (Banderas, Binarios y Grados de Humildad), sobra. Ya tenemos una motivación grande, que viene a ser “pulida”, con los sentidos y los afectos con la contemplación, porque más sabremos si estamos respondiendo a Dios con ellos que con nuestro entendimiento, como lo hacemos con la meditación.

Por: Andrés Hernández Caro, S.J.