El hombre ha sufrido y sufre todo género de martirios; sus instituciones son los altares que construyó para llevar a ellos sus sacrificios cotidianos, maravillosos en cuanto a calidad, asombrosos en cuanto a cantidad.
Todo ello estaría absolutamente desprovisto de sentido y sería imposible de soportar si el hombre, al propio tiempo, no sintiera en sí esa profunda felicidad del alma, que pone su divina fuerza a prueba de sufrimiento y demuestra, por medio de la renunciación, su inagotable riqueza. Sí, los peregrinos vienen, todos vienen a tomar posesión de ese mundo, que es su verdadera herencia. Continúan agrandando su consciencia, buscando una unidad cada vez más elevada; siguen acercándose cada vez más a la verdad central, cuya unidad lo abarca todo.
Grande es la desnudez del hombre e innúmeras sus necesidades hasta que adquiere verdadera consciencia de su alma. Hasta entonces el mundo se le presenta en un continuo estado de flujo y reflujo, cual un fantasma que aparece y se desvanece. Pero para el hombre que ha hecho de su alma una realidad, el universo tiene un sentido concreto, a cuyo alrededor puede ordenarse todo el resto, y sólo entonces puede hallar y saborear la bendita felicidad de una vida armoniosa. EL CAMINO ESPIRITUAL, Rabindranath Tagore, Longseller, 2007, p. 45-46
P. José Raúl Arbeláez SJ – Equipo CIRE Ampliado