Almustafa, el elegido, el bienamado, alba de su propio día, había esperado doce años en la ciudad de Orphalese, la llegada de su barco, que debía llevarlo de regreso a la isla de su nacimiento. Y en el duodécimo año, el séptimo día de Ailul, el mes de las cosechas, subió a la colina que se alzaba en los extramuros de la ciudad y miró hacia el mar; y divisó a su barco, que se aproximaba con la niebla.
Entonces las puertas de su corazón se abrieron de par en par, y su alegría voló a lontananza por encima del mar. Y cerró sus ojos y oró en los silencios de su alma. Pero a medida que descendía de la colina, le sobrevino una tristeza y pensó en su corazón: “¿Cómo podré irme en paz y sin pesadumbre? No… No podré dejar esta ciudad sin una herida en el alma.
Largos fueron los días de aflicción que pasé entre sus murallas y largas las noches de infinita soledad, y… ¿quién puede separarse sin pesar de su aflicción y de su infinita soledad? Muchas partículas de espíritu he esparcido yo en estas calles, y muchos son los hijos de mis anhelos que caminan desnudos entre estos cerros, y no puedo apartarme de ellos sin agobio ni dolencia.
No es una vestimenta de la que hoy me desprendo, sino una piel que desgarro con mis propias manos. Ni es un pensamiento el que dejo a mi zaga, sino un corazón enternecido por el hambre y la sed. Sin embargo, no puedo demorar más tiempo.
El mar que llama a todas las cosas a su seno, a mi me llama y debo embarcar. Porque permanecer, aunque las horas ardan en la noche, es congelarse y cristalizarse, y quedar atrapado en un molde. Gustoso me llevaría conmigo todo cuanto hay aquí. Pero, ¿cómo?… Una voz no puede llevarse consigo a la lengua y a los labios que le dieron alas. Ella sola debe buscar el éter. Y sola, y sin su nido, volará el águila al encuentro del sol.” EL PROFETA, Khalil Gibran, Fondo Editorial Progreso, p. 5-7
P. José Raúl Arbeláez S.J. – Equipo CIRE Ampliado