¿Cómo se sostiene una sociedad en la que todos saben que prácticamente nada funciona? Desde los teléfonos públicos que no sirven para hacer llamadas hasta los puentes que no sirven para ser usados y los funcionarios públicos que no sirven para atender a las personas y las fuerzas armadas que no sirven para defender la vida de los ciudadanos y los jueces que no sirven para juzgar y los gobiernos que no sirven para gobernar y las leyes que no sirven para ser obedecidas, el espectáculo que brindaría Colombia a un hipotético observador bienintencionado y sensato sería divertido si no fuera por el charco de sangre en que reposa. Cualquier colombiano lo sabe: aquí nada sirve a un propósito público. Aquí sólo existen intereses particulares.
El colombiano sólo concibe las relaciones personales, sólo concibe su reducido interés personal o familiar, y a ese único fin subordina toda su actividad pública y privada. Palabras como “patria” causan risa en Colombia, y los únicos seres que creen en ellas, los soldados que marchan cantando hacia los campos de guerra, son inocentes víctimas que lo único que pueden hacer por la patria es morir por ella.
Todos los demás tienen montado un negocio particular. Y lo más asombroso es que el estado mismo es el negocio particular de quienes lo administran a casi todos los niveles. ¡Ay del que pretenda llegar a moralizar o a dar ejemplo en semejante sentina de apetitos! ¡Ay del funcionario que intente trabajar con eficiencia, cuando todos los otros derivan su seguridad de una suerte de acuerdo tácito para entorpecerlo todo y para permitir que el Estado no sea más que un organismo perpetuador del desorden y de la ineficiencia social! ¿DÓNDE ESTÁ LA FRANJA AMARILLA?, William Ospina, Literatura Random House, 2015, p. 15-16
P. José Raúl Arbeláez SJ – Equipo CIRE Ampliado